En Santiago de Chile,
ciudad confusa, dañada y violenta,
ahí en aquellas calles, perdí el amor que me tenía.
Su gente, mi gente,
arropa la boca con silencio,
tal como lo hace el cobarde o el culpable,
sin querer enfrentar la realidad.
Ciudad de las poblaciones malditas que Dios no habita,
en ti viví amores que años después tendrían su eventual velorio.
De trayecto denso y mal herido
expectante realidad que tenemos por sociedad,
ni la luz puede cegar lo poco que te quieren Santiago mío.
Y yo, como buen ciego que fui, cegado por mi ego y por el ego de esta ciudad hundida,
perdí amigos, perdí amores, por mi culpa, por mi eterna culpa.
¡Oh Santiago de Chile!, tú no tienes culpa alguna.
Solo eres tierra con cemento,
cemento con basura,
basura y personas.
Tus días parecen poesía y mandamientos,
el sol naciente de la cordillera muere todos los días ahogada en el mar,
y tú como si nada, preocupada de ser ciudad, y tú como si nada siendo una ciudad
¿Cuántos sueños caen y mueren en ti cada día, en cada esquina, en cada metro cuadrado?.
Hoy libre de tu manto que parece un eterno lunes,
me he liberado de tu realidad tensa y siniestra
y veo el mundo tal como es.
(un poco menos egoísta y cruel que tú.)
Santiago, te salvare de mi mismo y yo me salvare de ti.
Y si bien sé que estoy de paso por este mundo,
te agradezco por tanta mierda y tanta felicidad.
Nunca hubo una noche perdida contigo,
ni un día invisible,
pero ahora soy ambicioso al futuro,
sin tarot ni carta astral,
tal como lo hacen los grandes,
sin miedo a los fantasmas de la ausencia y del pasado,
sin miedo a ser otra vez ciego entre luces prendidas,
sin miedo a volverme sordo de tanta maestría.
Extrañare tu llanto hecho lluvia,
extrañare tu risa en forma de fiesta.
Hoy se marca el comienzo de un final sin pausas.